Vito Jhonny Recchimurzo Díaz, nacido en 1994, es un nombre que ha ganado peso en la vida pública venezolana, no por méritos deportivos o empresariales, sino por ser la cara visible de negocios que en realidad pertenecen a otros. Su papel más evidente es el de testaferro de Mitchell Padrino Betancourt, hijo del ministro de Defensa Vladimir Padrino López. Primero lo hizo en el mundo ecuestre, donde compartía pista con jinetes como Daniel Puglia Costas, casado con Yarazetd Padrino, la hermana de Mitchell. Después, prestó su nombre en operaciones más grandes: el Portuguesa Fútbol Club y la Liga Monumental de Fútbol.
Recchimurzo está casado con Mariana Jiménez Martínez, Miss Venezuela 2014, y su hermana Vittoria mantiene una relación con Jefferson de Abreu Sousa, dueño de la cadena de supermercados Forum y señalado testaferro de Alex Saab. Su vida privada y familiar está tan entrelazada con los círculos de poder del chavismo como su vida empresarial.
El salto a la fama le llegó en febrero de 2024, cuando se hizo con la presidencia del Portuguesa F.C. Sin embargo, lejos de devolverle la gloria al club, su gestión se vio marcada por deudas, denuncias de impagos y reclamos constantes de jugadores y técnicos que acumulan meses sin cobrar. Ese patrón de fracaso en la gestión no es nuevo: ya en 2017 enfrentó una acusación penal por estafa y asociación para delinquir junto a Sebastián Lagreca Villaverde, por un fraude de medio millón de dólares. Sus padres, Vincenzo Recchimurzo Bertocchi y Yulis Peregrina Díaz Pereira —Miss Monagas en 1989— fueron señalados entonces por legitimación de capitales. Aunque la causa fue desestimada, el expediente dejó rastros de un grupo organizado con múltiples víctimas.
El Portuguesa no fue la única vitrina. En paralelo, Recchimurzo se lanzó de lleno al proyecto de la Liga Monumental, inspirado en la Kings League española de Gerard Piqué. Durante un mes, en el Estadio Monumental Simón Bolívar, desfilaron figuras internacionales como Ronaldinho, Marcelo, Puyol y Guti. El espectáculo fue monumental, pero las tribunas estaban semivacías: apenas 10.000 de los 38.000 asientos ocupados en la final de 2025. Nada cuadraba, salvo el objetivo político.
La liga, que opera gracias a prebendas directas de Nicolás Maduro y el visto bueno de hombres de confianza como el general Jorge Eliéser Márquez y Juan Gabriel Linares Montilla, no es rentable por sí misma. Se sostiene con patrocinios de entes estatales como Pdvsa, Corpoelec, Conatel y la textilera Tiuna, y por el dinero de empresarios afines al chavismo que compran franquicias como si fueran fichas de casino. La Cosa Nostra es del propio Recchimurzo. Los Extraterrestres son de Mahmoud Handous, productor del Miss Venezuela y contratista de Pdvsa y alcaldías. CLX pertenece a Nasar Dagga, magnate del retail y dueño de CLX Group. Cacique lo manejan Jimmy Meayke y Wilmer Ruperti, el naviero chavista. Patacones es de Pierre Perozo, cercano a Fidel Madroñero. Navegantes de Caracas lo controla Pasquale Palmisano, heredero de un emporio que incluye Magallanes, Trotamundos y Carabobo FC. Vergatarios es de Salvatore Volpe y Roberto Messina, creadores de RS21. Vnet Jet lo manejan los dueños de la cadena Forum, vinculada a Alex Saab. Vikingos pertenece a Faez Gabriel Naddaf, ligado a la explotación de coltán en Bolívar.
Detrás de esa estructura hay otro arquitecto: Irrael Gómez. El autodenominado “influencer de la crisis” fue quien le vendió a Mitchell Padrino y a Recchimurzo la idea de replicar en Venezuela el modelo de espectáculo futbolero de Piqué e Ibai. No solo les diseñó la narrativa de modernidad y entretenimiento, también puso su propio equipo en la liga, CLX, bajo el paraguas de Nasar Dagga. Irrael, señalado por familiares de Óscar Pérez como el delator que facilitó su ejecución en 2018, se convirtió así en socio comunicacional y en pieza clave del sportswashing que sirve al chavismo para blanquear su imagen con circo deportivo.
Más que un negocio, la Liga Monumental es un show político. Ronaldinho cobró 250.000 dólares en 2024, Marcelo y Puyol 150.000 cada uno en 2025. Con entradas entre 6 y 90 dólares y asistencia mínima, es imposible que el torneo se sostenga sin dinero oscuro. Lo que se compra no es fútbol, sino una imagen de normalidad, de país conectado con el espectáculo global.
La vida de Recchimurzo está marcada también por el póker. Desde 2017 participa en torneos internacionales, y en 2025 fue fotografiado en São Paulo jugando al lado de Neymar en el BSOP Winter Millions. Su afición por las cartas se mezcla con las denuncias de deudas en el Portuguesa y la fama de ser anfitrión de partidas privadas con celebridades, donde se juega mucho más que dinero.
El recorrido empresarial de su familia también refleja la transición de negocios modestos a estructuras offshore. Su padre, Vincenzo, pasó de estar en nómina en una tenería de Barquisimeto a registrar una compañía en Islas Vírgenes Británicas en 2009. Vito, por su parte, figura como contratista del Estado a través de V&R Enterprises, dedicada a equipos electrónicos y proveedora del Ministerio de Comercio.
Con apenas 31 años, Vito Recchimurzo es mucho más que un empresario del deporte: es un engranaje de la maquinaria chavista que combina política, farándula y corrupción. A la sombra de Mitchell Padrino y con la asesoría de Irrael Gómez, ha logrado convertir un estadio vacío en plataforma de propaganda, mientras sus jugadores reclaman sueldos, sus críticos recuerdan sus causas judiciales y el país asiste a otro capítulo de sportswashing a la venezolana.