Es ganador del Premio Pulitzer y del National Book Award.
Reportero de The New York Times, lleva veinte años cubriendo la actualidad de la inteligencia en EE. UU. Conoce la CIA de primera mano: ha tenido un acceso sin precedentes a fuentes internas, lo que le ha dado una visión de la situación política mundial privilegiada e intrigante.
Es de esos hombres, por tanto, aunque imponentes, a los que interesa leer, escuchar, conocer.
Visita Madrid para desgranar La misión. La CIA en el siglo XXI (Debate), obra con la que continúa el trabajo que arrancó en Legado de cenizas (2007), y con la que perfila su historia canónica sobre la Agencia.
Del 11-S a la actualidad, arroja luz sobre cómo la CIA se ha redefinido a lo largo de los años, entre éxitos puntuales, fracasos estratégicos y dilemas éticos.
Ayer se reunía con este diario, y en una fecha clave que marcaba el ritmo de su discurso:
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«Hoy se cumplen nueve meses desde que Donald Trump se convirtió en presidente de EE. UU.», apuntaba.
Retrata una CIA en constante renovación. ¿Sigue viviendo hoy una crisis de identidad?
La crisis actual es que el presidente de EE. UU. está destruyendo de manera sistemática la arquitectura de la inteligencia del país y su seguridad nacional.
Estamos hablando de una arquitectura que se ha erigido durante los últimos ochenta años y que se creó para proteger a Estados Unidos y a sus aliados contra, entre otras cosas, el imperialismo ruso.
El anterior jefe de la CIA en la época de Biden, William Burns, ha llamado a la situación actual una «autoinmolación intencional». Es un enorme peligro para el mundo.
Bajo órdenes de Trump, la persona que él designó a cargo de la CIA, John Ratcliffe —uno de sus guerreros MAGA—, está destruyendo de manera sistemática la Agencia.
¿Por qué destruir y no utilizar?
Trump detesta a la CIA porque piensa que es la capital del Estado profundo, lo cual no existe.
Odia tanto a la CIA como al FBI, además, porque son los que suministraron las pruebas innegables de que el equipo Trump y el equipo Putin jugaban juntos en las elecciones de 2016.
Por eso Ratcliffe ha llevado a cabo una purga ideológica de sus principales oficiales y analistas.
También todos los que fueron contratados entre 2023 y 2024, durante el periodo de Biden, están siendo despedidos. Hablamos de agentes a los que ha costado muchísimo entrenar, y muchos de ellos estaban asignados a China. Ratcliffe cogió sus verdaderos nombres y los mandó a la Casa Blanca y a Elon Musk en un correo no confidencial.
Yo te garantizo que los chinos tienen acceso a los sistemas no clasificados de correo de la Casa Blanca. Eso es un desastre, porque son cientos de personas las que han quedado expuestas.
El efecto neto de esta destrucción integral es reducir la capacidad que pueda tener la CIA de ver el mundo, y eso aumenta el riesgo de que se produzca un fallo de inteligencia catastrófico y, por lo tanto, un atentado sorpresa contra EE. UU. o sus aliados, que, además, no se parecerá a ninguno reciente.
Hablando de un poder sin límites morales, ¿todo comenzó en Ucrania?
Por supuesto. Mientras estamos aquí hablando, Vladímir Putin está generando una guerra en toda Europa: una de asesinatos políticos, sabotaje, subversión, espionaje, guerra política…
Y, mientras tanto, Trump está tratando de machacar un acuerdo de paz para intentar tragarse a Ucrania por la fuerza.
Solo con el apoyo de EE. UU. podría Putin hacerse con una hectárea de terreno ucraniano.
Si se permite, ¿crees que con eso se conformarían?
Hablando de Ucrania, imagina que eres un oficial de la CIA, que llevas desde 2014 luchando por la soberanía ucraniana y contra el imperialismo ruso. Y, en la mañana del 24 de febrero de este año, ves por las noticias que tu presidente ha ordenado alinear su voto con Rusia, Irán y Corea del Norte contra la resolución de Naciones Unidas que condena la invasión.
Se ha alineado con el eje de los autoritarios.
¿A quién responde Trump, además de a sí mismo?
Me estás pidiendo que lo psicoanalice, y eso no se hace (ríe). Es muy difícil.
Lo que ha hecho es atacar no solo el sistema de seguridad nacional, el sistema de política exterior y el de inteligencia. También está atacando el Estado de derecho de EE. UU., y ese es otro riesgo que proviene de la amenaza constante de este fallo de inteligencia.
¿Qué crees que haría Trump si hubiese un atentado contra EE. UU.?
Yo pienso que declararía la ley marcial; le falta poco para eso. Cancelaría las próximas elecciones.
Además, ya lo ha dicho en la Casa Blanca con Zelenski: le pareció buena idea que la Constitución de Ucrania establezca que, en caso de guerra, se pospongan las elecciones.
Trump no tiene filtro. No es que sea transparente, es que no tiene autocontrol. Es como un bebé que coge todo lo que pilla.
Hace unos días afirmó haber autorizado a la CIA una operación encubierta para derrocar a Maduro en Venezuela. Y eso no la hace encubierta.
¿Y esas incursiones en Venezuela se están produciendo?
La historia de la injerencia de EE. UU. en el derrocamiento de líderes mundiales no es una historia feliz.
Un ejemplo es el golpe de Guatemala, en el que la CIA derrocó a un líder democráticamente electo, y con ello dio pie a cuarenta años de dictadura militar que incluyeron el asesinato de 200 000 guatemaltecos entre los setenta y los ochenta.
En Venezuela, el ejemplo está en 1989, en la invasión de Panamá, un país durante muchos años informante de la CIA. Bush padre mandó derrocar a Manuel Antonio Noriega, pero la Agencia no lo consiguió.
¿Y qué hizo Bush? Invadió el país en una operación en la que murieron cientos de civiles asesinados sin motivo.
Entonces, ¿va Trump a derrocar a Maduro? Si le apetece, podría, pero oponiéndose a las evidencias que la CIA le ha puesto sobre la mesa.
¿Y lo haría?
La CIA y el Consejo Nacional de Inteligencia le han informado una y otra vez que Maduro no es el jefe de los sindicatos criminales ni de los narcotraficantes, y que no ha sacado a cientos de presos para mandarlos a EE. UU., como ha dicho Trump hace unos días.
Maduro no le ha declarado la guerra a EE. UU.
Pero ese informe lo agarró Trump y lo rompió en trocitos. Ratcliffe pidió al jefe del Consejo Nacional de Inteligencia que se hiciera otro más acorde con lo que pensaba Trump, pero volvió a hacer el mismo, con más energía. Fue despedido.
Así funciona Trump cuando se trata de inteligencia: la desdeña. Además, no sabe nada de historia.

Si a esto le sumamos la IA y las nuevas tecnologías, ¿cuál es el reto?
La IA es actualmente lo que era la tecnología de las armas nucleares después del Proyecto Manhattan. En aquel momento, la tecnología iba tan por delante del control político que, en los años sesenta y setenta, EE. UU. ya tenía más de 30 000 armas nucleares, y también los soviéticos.
No hay políticas públicas que controlen la IA, y los riesgos potenciales que veo —sobre todo en EE. UU.— son que estas tecnologías están en manos de los tecnólogos poderosos de derechas de Silicon Valley.
Y que China va muy por delante en temas de inteligencia artificial y computación cuántica.
No me fío de que los gobiernos del mundo puedan aplicar controles sobre este potencial inmenso.
Y tampoco quiero que mis hijas crezcan en una dictadura ni que las gobiernen unas máquinas.
¿La dictadura tecnológica está cerca?
En mis cincuenta años como periodista he aprendido a no hacer predicciones. Pero sí pienso que estamos en peligro de perder la democracia.
A los veintiún años vine por primera vez a España, y Franco llevaba poco tiempo muerto, pero su espectro estaba por todas partes.
Gradualmente, lentamente, tal vez a partir de las primeras películas de Almodóvar, empezamos a pasar del blanco y negro al color.
Con los años, España ha aprendido a ser democrática.
¿Podemos presumir de democracia?
La democracia es una cosa muy frágil. No quiero perderla, pero estamos a punto.
Vuestro presidente en España se ha convertido en el líder de lo que llamábamos el mundo libre, pero porque no hay otra opción.
El mal gobierno está allá donde mires, porque los sistemas son frágiles.
Nadie que tenga menos de cuarenta años recuerda nada sobre la Guerra Fría, cuando el mundo era en blanco y negro.
Cualquier crimen que cometía la CIA en aras de la política exterior de su país, por brutal que fuese, siempre se hacía creyendo que estaban del lado de las fuerzas de la luz contra las de la oscuridad.
Pero ahora no es tan sencillo.
El saber es poder. ¿Falta conocimiento?
A todos los autócratas —sea Putin o Trump— les interesa que creas que los hechos no existen, que no hay una verdad.
Les interesa que te des por vencida y te vayas a jugar a tu videojuego. Eso forma parte de la gran mentira, de la cual Trump es un maestro.
Él dice constantemente que la insurrección en el Capitolio fue una manifestación pacífica por parte de unos patriotas. Eso tiene un efecto narcótico que adormece el pensamiento crítico.
Trump ha reventado el cerebro de millones de ciudadanos norteamericanos: los tiene fundidos y desconectados de la realidad.
Tú dales un arma, carne y televisión, y están contentos.
Escribir sobre política no es mi fuerte, pero sí pienso que hay democracias amenazadas.
En EE. UU. estamos a punto de cumplir 250 años de democracia, desde aquella revolución en la que se quiso garantizar que nunca volviese a haber una monarquía.
Hoy tenemos a un presidente que dice que es rey.
Ninguna república libre en la historia de la civilización humana ha durado más de 300 años, salvo el Imperio Romano.
¿Lo lograremos? Soy optimista.
Un alivio que lo sea.
Sí, pero también soy realista. Creo que sobreviviremos, pero también que reparar nuestra democracia costará décadas.
Mantendremos la esperanza.
Fuente original: La Razón (21 de octubre de 2025)

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