El futuro de la Iglesia Católica está más en juego que nunca. El próximo cónclave no solo decidirá un nuevo pontífice, sino que podría marcar un viraje histórico: ¿volver a una línea conservadora o seguir la senda reformista impulsada por el Papa Francisco?
Desde hace meses, los rumores sobre la salud de Francisco han desatado una ola de especulaciones sobre su sucesión. Decenas de listas con los nombres de los llamados papables han circulado por portales, cadenas y blogs, especialmente en Estados Unidos, donde la oposición al actual Papa ha sido más férrea. No es casualidad. Esos listados, repetidos hasta el cansancio, surgen precisamente de uno de los episcopados más críticos con el pontificado de Jorge Mario Bergoglio, cuya apuesta por una Iglesia más inclusiva y social ha chocado con visiones más tradicionalistas.
Entre los fieles de esta corriente se encuentran influyentes propietarios y donantes de medios conservadores que han promovido sin descanso los nombres de cardenales afines a sus ideales. En esa lista destacan, una y otra vez, los mismos rostros: el cardenal guineano Robert Sarah (79 años), el alemán Gerhard Ludwig Müller y el estadounidense Raymond Leo Burke (76 años), considerados el «tridente» más crítico de Francisco.
Todos ellos ocupan un lugar destacado dentro de la Curia romana, habiendo presidido importantes dicasterios como el Culto Divino, la Doctrina de la Fe y la Signatura Apostólica. Burke, en particular, es el candidato ideal para los grupos tradicionalistas estadounidenses, especialmente tras el conflicto con el Papa Francisco por la misa en latín.
Junto a ellos figuran otros nombres recurrentes en las quinielas: Anders Arborelius (75), cardenal sueco de origen suizo; Péter Erdő (72), cardenal húngaro con cierto perfil intelectual comparable —aunque a gran distancia— con el de Benedicto XVI; y Willem Eijk (71), arzobispo de Utrecht y médico de formación, muy bien visto también por sectores conservadores en ambos lados del Atlántico.
El «efecto martillo»
Aunque la posibilidad de que alguno de estos cardenales sea finalmente elegido Papa parece remota, la estrategia es clara: condicionar el debate y presionar al resto del Colegio Cardenalicio a través del «efecto martillo». Se busca instalar en la opinión pública y en los propios círculos eclesiásticos que las opciones conservadoras son las más visibles y estructuradas, aunque no necesariamente las más viables.
Ante un colegio tan global y disperso como el actual —con cardenales en lugares tan remotos como Mongolia, donde no hay ni 2.000 católicos—, algunos sostienen que sería conveniente llegar al cónclave con una lista definida. Pero esta visión ignora una realidad evidente: hoy los cardenales sí se comunican. Tienen grupos de WhatsApp, acceden a redes sociales incluso con seudónimos, y son conscientes del poder de plataformas como X (antes Twitter), desde donde figuras como Elon Musk ya han intentado inclinar la balanza en procesos electorales recientes, como ocurrió en Alemania.
Este no es un simple rumor. Es un temor real que recorre los pasillos del Vaticano. Un alto cardenal, miembro de lo que se conoce como «el club más selecto del mundo», lo confirma:
“La tradición de los vaticanistas es poner en marcha cavilaciones y quinielas para mantener el interés y enviar mensajes indirectos a los votantes. Lamentablemente, hay grupos ultras con muchos recursos y artimañas que buscan inclinar la balanza a su favor”.
Ese mismo cardenal revela la existencia de un reciente y muy discreto «precónclave» celebrado en Portugal. Allí, una fundación estadounidense reunió a unos 80 cardenales y obispos con el objetivo de que se conocieran y empezaran a tejer redes. ¿Casualidad? En absoluto. Se trata de un movimiento calculado que podría influir profundamente en el próximo cónclave.
Lo que está en juego no es solo un nombre. Es el alma de la Iglesia del siglo XXI.
Cardenales en la ‘pole’: el otro frente del cónclave
“No es lo correcto, y menos en aquellos que dicen obrar por la fe, esas invitaciones con todo pago a numerosos obispos para camuflar torcer el pensamiento en una dirección”, apunta con firmeza uno de los cardenales más cercanos al círculo de Francisco, en alusión al ya mencionado encuentro ultraconservador celebrado en Portugal.
Aunque aquel precónclave intentó mantenerse en la mayor discreción posible, los asistentes conocían bien los otros nombres que, desde hace años, suenan como favoritos en las quinielas sucesorias: Matteo Zuppi (69), Pietro Parolin (70) y Luis Antonio Tagle (67). Los dos primeros, italianos; el tercero, filipino. Todos ellos, además, incluidos también en la lista de los papables con mayor perfil institucional.
Luis Antonio Tagle, hoy pro-prefecto del Dicasterio para la Evangelización —el único dicasterio que presidía directamente el Papa Francisco—, fue durante un tiempo considerado su heredero natural. Tagle encarnaba bien la visión de una Iglesia volcada en las «periferias geográficas y existenciales», una señal clara hacia el crecimiento católico en Asia. Sin embargo, su gestión de Caritas Internationalis, el brazo caritativo de la Iglesia, estuvo envuelta en controversias internas que podrían haber debilitado sus opciones de ser elegido.
Más claras parecen hoy las candidaturas de Zuppi y Parolin, las dos figuras que mejor representan las almas en tensión dentro del Vaticano: una más progresista y pastoral, otra más institucional y diplomática. Si bien ambos rechazan las etiquetas, lo cierto es que encarnan dos formas distintas de entender la Iglesia del siglo XXI.
Y si hubiera que apostar por el nombre que contaría con el respaldo de Francisco, ese sería sin duda Matteo Zuppi. Actual presidente de la Conferencia Episcopal Italiana y miembro destacado de la Comunidad de Sant’Egidio —conocida como la “ONU del Trastevere” por su papel en mediaciones internacionales—, Zuppi representa con claridad la apuesta sinodal del actual pontificado. De hecho, fue él y no Parolin quien recibió el delicado encargo de liderar la misión vaticana para negociar con Rusia la devolución de unos 20.000 menores ucranianos tras la invasión de Ucrania.
Aquella decisión no pasó desapercibida en la Curia. En circunstancias normales, esa mediación habría recaído naturalmente en Parolin, secretario de Estado y principal figura de la diplomacia vaticana. Solo después de su protesta, Francisco aclaró que Zuppi actuaría en todo momento en coordinación con Parolin. Pero el gesto estaba hecho, y en el Vaticano los gestos pesan tanto como las palabras.
Parolin, gran conocedor de los entresijos del poder eclesiástico, es percibido como un operador hábil, con acceso a información sensible y con una capacidad de maniobra pocas veces igualada. Sin embargo, se le reconoce menos entusiasmo por el modelo sinodal promovido por Francisco, una forma de gobernar más colegiada que —aunque se ha repetido muchas veces— aún no ha convencido plenamente ni siquiera a la mayoría de los obispos italianos.
En cualquier caso, si finalmente uno de estos dos hombres termina siendo elegido como el nuevo Papa, Italia volvería a ocupar la silla de Pedro por primera vez en casi medio siglo. Pero solo Zuppi representaría una continuidad auténtica del legado de Francisco.
El bloque periférico: voces desde los márgenes
También desde Europa, aunque con un marcado espíritu periférico afín al de Francisco, se abre paso la figura del cardenal Jean-Marc Aveline (66), arzobispo de Marsella. Su perfil reúne varios elementos que atrajeron rápidamente la atención de Bergoglio: nacido en la Argelia francesa en una familia pieds-noirs con raíces andaluzas, Aveline conoce de primera mano el drama de la inmigración y el choque cultural entre oriente y occidente. En su arquidiócesis ha impulsado la llamada «teología del Mediterráneo», una reflexión teológica centrada en los desafíos sociales, interreligiosos y culturales que enfrenta esa zona que abraza dos continentes en tensión constante, pese a su proximidad geográfica.
Aveline representa también una Iglesia que sabe sobrevivir en un contexto profundamente secularizado, como el francés, donde los escándalos de abusos sexuales han dejado cicatrices hondas. Sin embargo, esa misma Iglesia ha sido capaz de ofrecer al mundo un símbolo de esperanza con la reapertura de la catedral de Notre Dame. En muchos sentidos, Aveline representa la posibilidad de una Iglesia reconciliada con el mundo contemporáneo.
En una línea similar se encuentra el cardenal Pierbattista Pizzaballa (60), patriarca latino de Jerusalén. De origen italiano, su figura ha ganado relevancia por su voz firme y respetada en medio del crónico y complejo conflicto israelí-palestino. Su experiencia directa en Tierra Santa y su papel como puente entre religiones y culturas le otorgan un perfil diplomático y pastoral muy valorado.
Voces del Sur Global
Más alejados de las quinielas, aunque presentes en el radar vaticano, están cardenales como Malcolm Ranjith (77), arzobispo de Colombo (Sri Lanka); Fridolin Ambongo Besungu (65), cardenal de Kinshasa (República Democrática del Congo); y Charles Maung Bo (76), arzobispo de Yangón (Myanmar). Este último fue particularmente cercano a Francisco, quien lo mencionaba con frecuencia durante los ángelus dominicales, pidiendo oraciones por la paz en su país, sacudido por el conflicto militar. Aunque sus posibilidades reales de elección son reducidas, representan el peso creciente del Sur Global en la Iglesia del siglo XXI.
Las piezas en movimiento de Francisco
Fuera de la lista más mediática de papables, aparecen nombres que han empezado a abrirse camino de forma más sutil, como piezas cuidadosamente movidas por el propio Papa Francisco. No son selecciones fortuitas, sino señales estratégicas.
Dos de estos nombres provienen del país que más resistencia ha mostrado al pontificado de Bergoglio: Estados Unidos. La animadversión ha sido mutua, especialmente durante la administración Trump.
El primero es Robert Prevost Martínez (69), prefecto del Dicasterio para los Obispos —la llamada «fábrica de obispos»—. De ascendencia española y con más de media vida dedicada al Perú, donde fue obispo de Chiclayo, Prevost fue llamado a Roma por Francisco para reformar los criterios de selección episcopal. Cercano al poderoso bloque de cardenales latinoamericanos (24 de los 135 electores), es visto como un puente entre la América del Norte institucional y la América del Sur pastoral, con conocimiento profundo de ambas sensibilidades.
También estadounidense, pero con un perfil mucho más abiertamente político, es Robert W. McElroy (71), arzobispo de Washington. Francisco lo colocó en esa sede nada más iniciarse el segundo mandato de Donald Trump, en lo que muchos interpretaron como una clara señal de confrontación. Crítico acérrimo de la política migratoria del expresidente, McElroy se ha convertido en símbolo de la oposición a la agenda ultraconservadora. Su elección, aunque improbable, sería una bofetada póstuma al trumpismo eclesial, algo que no todos los cardenales están dispuestos a respaldar, conscientes de la influencia geopolítica de Estados Unidos y de la creciente resistencia global contra lo que algunos consideran una “Iglesia woke”.
Papables españoles (o con acento)
España, tercer país con mayor número de cardenales (13, solo detrás de Italia con 48 y Estados Unidos con 17), cuenta actualmente con seis electores con derecho a voto. Entre ellos, ha empezado a destacar la figura del salesiano Ángel Fernández Artime (64), de origen asturiano. Su presencia en el cónclave podría verse como un guiño a la vitalidad del mundo religioso español y a la labor de las órdenes en territorios de misión. Aunque no figura entre los favoritos, su perfil no pasa desapercibido.
El peso de los religiosos y el lobby latinoamericano
El salesiano Ángel Fernández Artime no solo representa a la Iglesia española, sino también a un tipo de liderazgo global con fuerte impronta pastoral. Fue rector mayor de la Congregación Salesiana entre 2014 y 2024, dirigiendo una comunidad de casi 15.000 consagrados repartidos por 132 países. Esta experiencia internacional le ha dado un conocimiento directo de la realidad de la Iglesia en todos los continentes, además de contactos personales con numerosos obispos y cardenales.
Al igual que el cardenal Bo o el propio Robert Prevost, Fernández Artime pertenece a una congregación religiosa, una característica recurrente en los nombramientos de Francisco, quien siendo jesuita, ha valorado especialmente la experiencia y visión universal de los religiosos para asumir responsabilidades en el gobierno de la Iglesia.
Sin embargo, pertenecer a las “periferias” o a comunidades religiosas no garantiza nada entre los muros de la Capilla Sixtina. Lo que sí parece claro, según ha podido saber El Confidencial, es que “en estos momentos, la casi totalidad de los cardenales latinoamericanos menores de 80 años están en la línea de Francisco y la tendencia es continuar en la senda marcada por él”.
Un cardenal cercano al Papa advierte, no obstante, que el escenario global es más incierto:
“No sé si [también] la mayoría de cardenales de los otros continentes, muchos de ellos ajenos a los intríngulis vaticanos y desconocedores de los manejos de quienes tienen siglos trabajando con mecanismos no muy sanos…”.
Según esta misma fuente, existe una presión específica en sectores europeos —e italianos en particular— para que la silla de Pedro vuelva a ser ocupada por un papa italiano. Una aspiración comprensible desde una perspectiva histórica, pero cada vez más desconectada de la realidad demográfica de la Iglesia.
“Hay que ser cada día más conscientes de que la mayoría de los católicos del mundo no están en Europa, y que la sintonía con esta nueva realidad no significa desprecio del pasado, sino necesidad de asumir el presente”, señala este purpurado, que gozó hasta el final de la confianza personal del Papa Francisco y mantenía con él un intercambio habitual de correos electrónicos e información estratégica.
Para este cardenal, la clave está en lo que algunos teólogos han bautizado como “la geografía del Papa Francisco”.
“Como tituló en su momento una prestigiosa revista jesuita francesa, Francisco puso en el centro a la periferia. Y eso implica también que sedes europeas o italianas que tradicionalmente eran cardenalicias ya no lo sean. Como ha dicho él en varias ocasiones: no hay sedes cardenalicias, hay cardenales. Si esta visión está verdaderamente en el corazón del actual Colegio Cardenalicio, lo sabremos en los próximos días”.
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